Queridos lectores,
Estos días me acordé de una vieja parábola para niños: Había una vez una corona de Navidad y sus velas comenzaron a hablar. La primera vela suspiró y dijo: “Mi nombre es Paz. Mi luz brilla, pero la gente sigue sin paz.” Su luz empezó a disminuir y finalmente se extinguió por completo. La segunda vela parpadeaba también y dijo: “Mi nombre es Fe. Pero soy superfluo. La gente no quiere saber nada de Dios.” Una brisa sopló por la habitación y la segunda vela se murió. Muy flojito y con una voz triste, la tercera vela ahora empieza a hablar: “Mi nombre es Amor. Ya no tengo fuerza para seguir brillando. Las personas sólo ven a si mismo y no ven a los demás de los cuales deberían preocuparse.” Y con un último suspiro esta luz también se apagó. Entonces entra un niño a la habitación. Mira las velas y dice: “¡Pero qué ocurre! ¡Tendréis que estar brillando y no estar apagados!” A medida que la cuarta vela sube su voz y dice: “¡No tengas miedo! Mientras que yo siga brillando siempre podrás encender las demás velas. ¡Mi nombre es Esperanza!” Y con ello el niño toma un cerillo y encienda de nuevo a las demás velas.
¡Mientras que no perdamos la esperanza, los demás valores podrán ser protegidos o reanimados! Pero a veces se necesita a alguien que ayude en encender estos valores de nuevo.
Os deseo a todos que esto ocurre especialmente en Navidad; que haya nueva vida en los valores que tal vez se han extinguidos. Los Servicios Divinos ofrecen una manera de conseguir nueva vida y una nueva luz. ¡Bienvenido!
¡En este sentido os deseo a todos un hermoso, alegre y pacífico tiempo de Adviento y Navidad!
Un saludo,
Wolfram Laube